
Su sin vivir la ha llevado a pedir a los cuatro vientos que quiere morir y ha hecho de ella una persona resuelta y directa, incluso cuando se presenta ante medio centenar de periodistas para implorar que la dejen marchar. “Ir al grano”, es lo primero que dice. Su nombre es Inmaculada Echevarría, tiene 51 años y lleva 40 dejándose extinguir por una distrofia muscular progresiva que no tiene cura alguna. Esta enfermedad le ha paralizado todo menos la vida, lo que ella desea. Está ingresada en el Hospital de San Rafael, ese del que los granadinos dicen que quien entra no sale en posición vertical. Pasa los días conectada a un respirador, “en contra de mi voluntad”, desde hace nueve años. Ha escrito en una carta que remitió el pasado 10 de octubre a la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) que está “muy harta de vivir así, cada vez me veo peor y lo más duro: depender de todo el mundo, para todo…”. Esta tarde lo ha vuelto a repetir: “Quiero que se me ayude a morir libremente y sin dolor”.
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